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domingo, 27 de marzo de 2022

Leyendas de Arkham 7

Nuestros aventureros acaban de empezar a recorrer el subsuelo de Kingsport y, a tenor de su primer enfrentamiento, la experiencia parece que va a distar bastante de ser un trabajo rutinario. De hecho, están a punto de averiguar uno de los secretos más oscuros de la joven colonia.

Durmiendo con su peor enemigo

El grupo había encontrado los cuerpos de los progenitores Scerri, pero aún faltaba el cuerpo del niño. Por encima de la mera recompensa económica, aquello los expoleava a continuar y no rendirse. No se lo iban a poner fácil, pues aquel lugar era un laberinto de túneles húmedos y calientes.

Para desánimo de nuestros aventureros, pronto quedó claro que no eran los primeros humanos en enfrentarse a las criaturas del lugar, ya que en una cueva un poco más amplia descubrieron los restos de unos exploradores españoles. Habían tratado de hacerse fuertes en el lugar, aunque todo indicaba que habían fracasado en su intento, padeciendo un final no muy placentero.

No sería la última ni la más desagradable de las sorpresas. Poco después, se topaban con una gran cámara repleta de desperdicios y excrementos, un festín disfrutado únicamente por unos gusanos blancos de gran tamaño. Solo era un pequeño horror, la antesala a un gran osario que abarcaba varios metros cuadrados, sin duda, el resultado de una labor de años y años. Pero ni siquiera aquella revelación truncó la determinación de nuestros aventureros, que siguiendo el rastro de dos criaturas que habían huido ante ellos, terminaron por dar con uno de aquellos seres de cara perruna bastante locuaz.

Ella se presentó como Porphos Yogash y, de forma bastante indolente, reveló al grupo que existía un pacto entre los "gul" (que fue el nombre que ella utilizó) y los habitantes de Kingsport. Por lo visto, su clan había expulsado del lugar a otros clanes menos "colaborativos" a cambio de disponer de los cuerpos de los enterrados tras respetar un tiempo prudencial. Dicho pacto había funcionado durante años, y era de conocimiento por todos los habitantes de Kingport que llevasen tiempo viviendo en el emplazamiento. Sin embargo, recientemente los gules habían comprobado que algunos cuerpos del cementerio desaparecían antes de que pudieran disponer de ellos, una clara violación del acuerdo. Por ello, habían dejado de vigilar que otros clanes no se acercasen al lugar, clanes que no sentían el mismo gusto por la carne macerada largo tiempo, y que no tenían problemas en agenciarse carne más fresca. Por lo visto, esos otros clanes eran seguidores de un tal Chatanothoa y se veían impelidos a regresar al lugar atraídos por un templo subterráneo consagrado a dicho dios.

El relato se cortó en seco ante la descarga de pólvora que nuestros aventureros le dedicaron a aquel ser de pesadilla. Lamentablemente, las balas apenas mordieron la carne de Porphos, que achuchó a las dos criaturas que habían permanecido hasta ese momento plácidamente a su lado. La propia gul lanzó un grito gutural antes de saltar sobre el grupo con sus garras desplegadas, cayendo frente a Hendrick para, acto seguido, hundir sus uñas negras en el pecho del explotador. El resto del grupo no parecía que fuera a tener mucha más suerte, resultando heridos una y otra vez por aquellas criaturas del infierno.

Vencida al fin su entereza, el grupo echó a correr por sus vidas, cargando con Hendrick como pudieron. Las criaturas apenas hicieron ademán de perseguirles, pero no estaban como para detenerse a comprobarlo: nuestro grupo no paró hasta volver a ver la luz del sol. Tocaba confiar de nuevo en las artes curativas del hermano Miguel y enfrentarse al Sr. Pickman. Esto último resultó en una nueva sorpresa, pues el artista se tomó el relato con bastante naturalidad y aplomo, más interesado en recontruir el pacto con los gules que en otra cosa.

El grupo decidió retirarse a descansar y a recuperarse de sus heridas. Pickman les informó por la noche de que había obtenido una tregua de unos días para averiguar qué estaba pasando con los cuerpos del cementerio, y nuestros aventureros se ofrecieron a averiguarlo, teniendo aún muy presente al niño desaparecido y el pago ofrecido por el alcalde Holmes. Además, contaban con una muy buena oportunidad, pues los dos infelices que habían muerto en el asalto a la prisión habían sido enterrados ese mismo día.

La luna apenas había salido cuando Heather y Edward, apostados en el techo de un mausoleo familiar, acertaron a ver como tres figuras furtivas se colaban saltando la tapia del cementerio...


 

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