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martes, 30 de julio de 2019

Los Vengadores de Boccob 22 y 23

Continuamos con las peripecias de nuestros aventureros por los salones olvidados de Rappan Athuk. En nuestra última sesión los dejamos siguiendo unas huellas por el suelo empolvado de un antiguo templo.

Las arenas infinitas


El grupo se movió con cautela por el pasillo que tenían delante de ellos. El rastro había desaparecido, pues esa zona estaba mejor mantenida que lo que se habían encontrado hasta ese momento. Temiendo que hubiera alguna pasadizo secreto rebuscaron con calma sin encontrar nada. Delante les aguardaba una cámara aparentemente vacía. En su centro tenía una losa de mármol incrustada en el suelo, con runas y símbolos de una cultura olvidada. Como puerta parecía usar una pesada losa de piedra que ahora mismo se encontraba levantada y encajada en el techo. Temiendo una posible trampa, lo aventureros trataron de falcarla utilizando piquetas de hierro.

Markus y Juku entraron a explorar mientras Galiard y Heahmund aguardaban en el resquicio de la puerta. Una imagen semitransparente apareció entonces sobre la losa de mármol. Era la figura de un saurio con ropajes de sacerdote que espetó a los aventureros:

"Arg alhuk garan alagon" 

Ni que decir tiene que los Valientes de Boccob no entendieron ni una sola palabra. El extraño fantasma repitió la misma frase varias veces, cada nueva vez con un tono más apremiante. Al final alzó los brazos y desapareció. Entonces un recubrimiento de mampostería en las cuatro esquinas cayó al suelo y dejó al descubierto cuatro orificios a la altura del techo. Por ellos comenzó a caer una arena fina. La losa de piedra tembló libre de sus ataduras y arrancó las piquetas, sellando casi por completo la sala. Solo quedó una pequeña rendija de un par de dedos de alto gracias a las piquetas arrancadas que hicieron de tope.

Pero lo peor estaba por venir, pues cuatro nichos ocultos quedaron también al descubierto, liberando los cuerpos de cuatro esqueletos saurios que atacaron sin cuartel a los infortunados Markus y Juku. Las lanzas de dos de ellos atravesaron sin problemas la armadura del sorprendido Juku, que cayó a sus pies inconsciente. Heahmund trató de levantar la losa de piedra por pura fuerza física y voluntad, pero fracasó. Galiard recordó entonces uno de los pergaminos que llevaba consigo: Estallar. Lo buscó frenéticamente en su mochila y lo leyó en voz alta, liberando su poder. Un instante después la losa de piedra saltaba hecha añicos por la explosión sonora invocada.



Heahmund entró el primero invocando el nombre de su dios, pero la explosión lo había dejado algo confuso y apenas pudo afectar a los muertos vivientes. Mientras Markus se debatía desesperadamente en una esquina de la habitación. Heahmund vio el cuerpo tendido de Juku, e invocando una vez más el poder de su dios, lanzó una poderosa curación que arrancó a su compañero de las garras de la muerte. Su confianza en sí mismo y en su dios habían regresado. No le costó mucho volver a entonar el nombre de Heironeous, y esta vez sí, expulsar a aquella viles criaturas. Juntos y recuperados, nuestros aventureros no tuvieron problemas para acabar con aquellos guardianes esqueléticos.

No queriendo resignarse a volver por donde habían venido, los Valientes de Boccob exploraron la cámara mientras la capa de arena se amontonaba a sus pies. Su perseverancia dio frutos, y encontraron una puerta oculta en una de las paredes. De esta forma llegaron a una pequeña cámara mortuoria con varios vasos canopes que no osaron tocar. Un largo pasillo les llevó hasta otra puerta secreta, una vez más desde el lado supuestamente oculto. La puerta daba a una gran cámara circular con forma de cúpula. Entre las sombras, al fondo, pudieron adivinar la figura de una gran estatua sentada sobre sus rodillas. Con sus heridas aún frescas y apenas sin fuerzas para utilizar la magia, el grupo decidió retirarse hasta la cámara mortuoria, hacerse fuerte allí y descansar.


Con sus fuerzas restablecidas regresaron a la cámara dispuestos a seguir con su exploración. Nada más entrar varias antorchas por toda la sala se encendieron por arte de magia. La única salida parecía ser un pasillo ancho que abandonaba el recinto a su izquierda. Pero cuando se dirigían hacia allí, la voz grabe de la estatua llenó la sala.

"Penitentes, ¿sois creyentes verdaderos de Tánatos? ¿a caso nuevos suplicantes?"

La estatua, ahora de pie y con su gran espada de piedra desenvainada, los miraba aguardando una respuesta. El grupo comenzó a recular hacia la puerta por donde habían venido, mientras Juku trataba de ganar tiempo asegurando que sí eran seguidores.

"Si es así, mostrad la señal y bebed del néctar de Tánatos"

Les dijo la estatua mientras señalaba una pequeña hornacina en la pared con un escanciador de bronce. Galiard recordó entonces los tatuajes con forma de calavera que lucían los guardias humanos con los que se habían enfrentado en este maldito lugar y susurró a sus compañeros que era mejor retirarse, pues no tenían forma de superar el escrutinio del guardián. Juku fue el último en atravesar la puerta mientras la gran espada de piedra se clavaba en la pared no muy lejos de su cabeza.

Debatieron después durante largo rato que podían hacer, y ante la tesitura de tener que volver a la cámara de la arena y abrirse camino por donde habían venido, o vencer al guardián y continuar explorando, se impuso la segunda opción. Primero Markus atravesó la cámara corriendo hasta el gran pasillo lateral que terminaba en unas grandes puertas de bronce con una gran calavera grabada. El resto del grupo entró después y atacó al guardián con una bola de fuego. La gran estatua no pareció acusarla en demasía y cargó contra nuestros aguerridos aventureros. Heahmund invocó su Arma espiritual, mientras Galiard lo apoyaba con varios Proyectiles mágicos y Markus disparaba fechas desde la distancia. El hacha de Juku se encargó del resto, y el guardián cayó al final, liberado de su cometido milenario.

Con el camino expedito, el grupo abrió las puertas de bronce y llegó hasta una gran cámara rectangular con dos hileras de columnas. Entre las columnas había varios pedestales con imágenes de criaturas mitológicas: una mantícora, un centauro, una hidra, un minotauro, etc. Lo más llamativo de las estatuas eran sin duda sus ojos, pues estaban hechos de gemas de muy distinta índole. De primeras los aventureros no osaron tocarlas y avanzaron hasta el final de la cámara, donde abrieron otro par de puertas solo para descubrir que daban desde lo alto a la cámara donde combatieran contra un nutrido grupo de esqueletos. Galiard no tardó en relacionar las puertas con aquella zona mágica que identificara como relacionada con la escuela del ilusionismo. Una forma muy poco convencional de ocultar una puerta, sobretodo porque no quedaba claro como se podía llegar hasta ella desde el suelo de la cámara de los esqueletos. Al menos el grupo había encontrado una ruta de vuelta a su refugio en el primer nivel, aunque significara pasar cerca de la guarida de la esfinge.

Más tranquilos, se volvieron hacía las esculturas y comenzaron el saqueo. No tardaron mucho en llenar una buena bolsa con las gemas de todas ellas. Además encontraron una nueva puerta secreta que les condujo hasta el pasillo del limo negro. Habían dado una buena vuelta, pero volvían a estar cerca de la cámara de la mujer tendida y de las escaleras que les llevaron hasta el templo de los saurios. Si la suerte no dejaba de sonreírles estarían en Lagodiamante en un par de días ¡y cargados de oro! ...



3 comentarios:

  1. ¡Qué tensión! Se acerca el final ¿Llegarán vivos los héroes? ¿Aprenderá Galiard conjuros que no sean de romper cosas? XD

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    Respuestas
    1. Pues ese conjuro de Estallar ha sido providencial, sin él creo que la trampa de la arena habría sido mortal...

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    2. Efectivamente. Y es lo chulo de estas cosas, porque ni yo mismo como árbitro me acordaba de que tenían ese pergamino. Menos mal que Galiard pensó rápido.

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