lunes, 4 de febrero de 2019

Los Valientes de Volkas (46): Curse of Strahd 08

Nuestros aventureros recibieron en su última sesión algo de ayuda por parte de Van Ritchen. Sin nada más que les retuviera en Vallaki, estaban decididos a continuar su viaje en pos de una forma de regresar a su mundo.

En mal que anida en las sombras


Después de una noche en calma, los Valientes de Volkas se levantaron al amanecer y se prepararon para abandonar Vallaki. Ireena e Ismark no tardaron en aparecer, llegados desde el templo de San Andras. El grupo sospechaba que podrían tener algún problema en las puertas, pero no fue así, aunque uno de los dos guardias abandonó el puesto mientras aún los interrogaba su compañero.

Ya en el camino, los aventureros pusieron en antecedentes a Ireena, pues no le habían contado que antes de llegar a Krezk se detendrían en una vieja torre. Si Van Ritchen estaba en lo cierto, ahí podían encontrar información útil sobre Strahd, y los aventureros no querían dejar pasar esa oportunidad. Ireena estuvo de acuerdo, pero antes de que pudieran hablar más sobre el tema, escucharon el galope de unos caballos a sus espaldas. El grupo reaccionó con rapidez y se ocultó en la linde del bosque, a un lado del camino. Un poco después vieron aparecer a Isek y a cinco guardias más.

Los jinetes pasaron de largo pero el grupo no abandonó su escondite. Continuó avanzando, pero sin volver al camino. Lamentablemente terminaron topándose con un río que les impedía seguir ocultos. Un viejo puente de piedra parecía el único camino seguro para vadearlo pero Isek y sus guardias habían desmontado y estaban rastreando el lugar. Volkas recurrió a sus conjuros de invisibilidad y el grupo pasó en parejas sin que los detectaran. Después de eso no les costó mucho seguir el camino del norte y llegar hasta la vieja torre del hechicero.



A los pies de la misma había una carromato vistaní. Alguien en su interior estaba arrojando despreocupadamente objetos al exterior: un pesado libro, un candelabro, un baúl lleno de ropa, etc. El grupo se acercó sigilosamente, pero antes de que descubrieran quien estaba en el interior, oyeron la voz del conde Strahd. Sorprendidos recularon unos pasos mientras la figura del conde emergía del interior del carromato. Tras intercambiar una palabras, el grupo se convenció de que no tenían otra opción que atacar los primeros, Volkas trató de sorprender al conde invocando una terrible bola de fuego, pero el vampiro no pareció acusar el daño e invocó otra bola de fuego a su vez. Mylon invocó una zona de luz diurna mientras Delar cargaba contra el conde. Nada pareció hacer mella en él. Nuestros aventureros parecían abocados a la derrota, pero entonces contra todo pronóstico, Strahd se convirtió en niebla y desapareció, dejando en su lugar solo una horrible carcajada y unas enigmáticas palabras:

"Quizás sí podáis servir a mis planes, pero todavía no. Mylon aún no estás preparado"



Durante el combate Ireena había permanecido bloqueada, paralizada ante la sola visión del vampiro. Ismark y Mylon la tuvieron que proteger con sus cuerpos, y eso sirvió para convencer al grupo del poder que Strahd podía tener sobre los mortales. Fatigados y heridos, el grupo siguió las instrucciones que les diera Von Ritchen y accedieron a la torre para descansar.

Tras recuperarse un poco de las heridas sufridas en el enfrentamiento, el grupo utilizó un ascensor operado por golems de metal para ascender hasta la cúspide de la torre. Allí encontraron un pesado libro con el título de "El tomo de Strahd". El libro contenía la historia del conde de su mismo puño y letra. Así el grupo averiguó que tal vez fueran el símbolo de Ravenkind y la espada de hoja solar los objetos que mencionara Madame Eva en su lectura. Del enfrentamiento con Strahd el grupo también había sacado otro libro, aquel que el vampiro tirara tan despreocupadamente al exterior del carromato vistaní. Pero el libro parecía escrito en clave, así que Volkas no pudo sacar nada sobre su contenido.

Armados con esta nueva información, nada les retenía ya en la torre, y el grupo continuó camino hacia Krezk. Llegaron hasta sus murallas sin más contratiempos. La ciudad parecía vivir de espaldas al mundo, con granjas y jardines en el interior de las murallas y el gran templo de Markovia vigilante desde la cima de una colina. Las puertas permanecían cerradas y los guardias no parecían dispuestos a franquear el paso. El propio burgomaestre acudió a entrevistarse con los aventureros, indicándoles que ya fueran amigos o enemigos de Strahd, no recibirían asilo en Krezk. Al final el grupo se ganó el favor del burgomaestre a cambio de viajar hasta los viñedos del mago de los vinos para obtener la única cosa de la que Krezk no se podía avituallar por sí misma: el vino. El burgomaestre incluso se ofreció a acogerlos en su hacienda.

No tardaron en averiguar que su último heredero vivo había fallecido unos días antes de una rápida enfermedad. También averiguaron que el templo de Markovia era un lugar que evitaban los aldeanos desde hacía años. Actualmente lo regía el Abad. Una persona que no parecía poder envejecer, y que ya estaba allí antes de que el burgomaestre naciera. Precisamente cuando el grupo estaba preguntando por cómo podían entrevistarse con semejante personaje, llamaron a la puerta y apareció el propio Abad, que venía a visitar al burgomaestre tras saber de su pérdida.

El Abad pidió al burgomaestre que desenterrara a su hijo, y ante todos los presentes, entonó un cántico y devolvió la vida al chico. Para Mylon el cántico realizado estaba en consonancia con lo que él mismo sabía sobre devolver a la vida a los difuntos, pero para su sorpresa el Abad no había utilizado ningún componente ni utensilio. Sin duda se trataba de magia muy poderosa. El burgomaestre tampoco podía salir de su asombro y le preguntó al Abad cómo podía devolverle el favor. Este replicó que ahora disfrutase de la vuelta de su hijo, que ya hablarían al día siguiente a la hora de comer.

Escamados por el uso de una magia benigna tan poderosa en lugar como aquel, nuestros aventureros decidieron aguardar a ver como transcurrían las cosas al día siguiente...





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