La caída de los justos
Tras recuperar el aliento y alejarse todo lo posible del cuerpo inerte del cieno gris, el grupo de aventureros decidió volver a echarle otro vistazo a las puertas de piedra. No encontraron huellas ni ninguna otra pista de quien podría haber estado utilizándolas recientemente --si es que alguien lo hacía--, y como no querían meterse en el río para ver si la gruta continuaba más allá del lugar donde se encontraban, no les quedó más remedio que desandar el camino y volver a pasar por la zona de las estalactitas. Lo hicieron extremando las precauciones, ya que por nada del mundo querían tener otro encontronazo con un perforador. Y así pudieron llegar otra vez hasta las ruinas donde se encontraban los restos de los enanos, decididos a cumplir con su promesa de darles el descanso que merecían.
El grupo derruyó una de las paredes que aún quedaban en pie, y utilizando esas piedras crearon un montículo en el que enterraron a los cuatro enanos con sus armas herrumbrosas. Juku aprovechó y viendo que un escudo todavía estaba en buenas condiciones, lo intercambió por el suyo, dañado tras el encontronazo con el cieno. Luel y Galiard recurrieron a su pasado erudito y trataron en la medida de lo posible de realizar un rito que estuviera en consonancia con las costumbres enanas. No se dilataron mucho en el tiempo, pues no era un lugar seguro, y al terminar dirigieron sus píes hacia el puente donde vieron por primera vez al espíritu del cabecilla de los enanos.
El fantasma los estaba esperando en el mismo sitio donde los vieran por primera vez. En esta ocasión parecía alegre y agradeció a los aventureros su ayuda. Al fin podrían descansar sus hombres y quizás él también. Como recompensa les reveló que bajo el puente, en el agua, estaban atrapados sus restos. Entre los mismos se encontraba un hacha con el símbolo de su clan: los barbaplata. Con ese hacha serían reconocidos como amigos de los de su raza. Aquello sonaba a posible objeto mágico, y viendo lo poco productiva que había sido la expedición hasta el momento, los aventureros se apresuraron a apoderarse del arma, aunque eso implicase sumergirse en el agua fría de donde saliera el cieno gris.
Juku fue el elegido para adentrarse en las aguas, mientras el resto del grupo se mantenía alerta para ayudarlo si algo inesperado ocurría. No les llevó mucho rato dar con los restos del enano y con el hacha prometida. Estaba brillante y afilada, reforzando la idea de que habían dado con un arma encantada. Tras recuperar ese pequeño botín, era hora de decidir el siguiente paso. Viendo lo maltrechos que estaban, no quisieron explorar el camino que llevaba al norte. El grupo estaba convencido de que debía conducir a los dominios del rey minotauro. No les quedaba más opción que volver al nivel superior, se habían dejado varios pasillos sin explorar, y si tenían que retirase siempre sería más fácil alcanzar la superficie desde allí.
Subieron las escaleras hasta el rastrillo, que volvía a estar en su lugar. La cortina del pequeño templo de Tánatos también había sido reparada y dos guardias vigilaban el lugar. El grupo recurrió a la astucia, y utilizando las dotes mágicas de Galiard, consiguieron abrir el enrejado y despistar a los guardias lo suficiente para que Juku, Markus y Luel se hicieran cago de ellos. Markus y Juku cogieron el tocado de los guardias para poder disfrazarse, pero no recordaron que en enfrentamientos anteriores los guardias habían demostrado poder orientarse a la perfección en la oscuridad, cosa que nuestros aventureros no podían hacer. Guiados por la luz mágica de Galiard, avanzaron hacia la zona de los puentes colgantes, donde Markus, que habría la marcha, cayó presa de los lanzazos de dos guardias que lo sorprendieron. La luz los había delatado.
A las espaldas del grupo estaban las escaleras que llevaban a la superficie, pero delante yacía Markus, a merced de los guardias. Luel no se lo pensó dos veces y cargó contra el enemigo con la esperanza de que sus compañeros pudieran sacar de allí a Markus. Entonces las puertas detrás de los guardias se abrieron y nuevos enemigos aparecieron. Sin duda la situación volvía a ser crítica. Y entonces Markus recuperó el conocimiento (crítico en la tirada de muerte). Una pequeña luz aparecía ante el grupo. Galiard, Markus y Juku cruzaron el puente colgante hasta la base de las escaleras mientras Luel contenía a los guardias. Entonces Juku cortó una de las cuerdas que servían de pasamanos y de sujeción para el puente, pensando que Luel aún podría cruzarlo pero el grupo de guardias no. Lamentablemente su acción selló el destino de Luel. Con el resto del grupo a salvo, la clérigo se preparó y salió corriendo para escapar de los guardias, pero el puente comenzó a oscilar y no soportó su peso. Sus compañeros, horrorizados, solo pudieron ver como el cuerpo de su compañera se precipitaba al vacío. Pero no había tiempo para detenerse en lamentaciones, el sacrificio de Luel debía servir para algo, así que el grupo salió a la superficie y se internó en la espesura para salvar la vida.
Al día siguiente, apesadumbrados y cabizbajos, nuestros aventureros estaban en el punto de encuentro que acordaron con el barquero de Lagodiamante, y así pudieron remontar el río de vuelta a la civilización...
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